A través del tiempo y la historia, tanto la medicina como la música han contribuido al desarrollo del ser humano. Ambas influyen en el organismo, en las emociones y la conducta, y son, por lo tanto, susceptibles de ser utilizadas con fines de mejoramiento de la condición humana y su unión origina una disciplina profesional que se ha denominado musicoterapia, es decir, terapia a través de la música. No se puede negar que la música es una importante fuente de entretenimiento, aprendizaje y bienestar e nuestras vidas, así como un estímulo poderoso para nuestro cerebro.
Con el advenimiento de nuevas técnicas de neuro-imagenes como la Resonancia Magnética funcional, se está empezando a entender qué sucede en un cerebro normal cuando escuchamos, interpretamos, pensamos y sentimos la música, y cómo puede modificarse la estructura y funciones del cerebro con el entrenamiento musical y la experiencia.
Se ha encontrado evidencia donde Florence Nightingale reconoció el efecto beneficioso de la música y la utilizó como parte de los cuidados que proporcionó a los soldados en la guerra de Crimea, inclusive describe cómo las enfermeras usaban la voz y la melodía con flautas para provocar efectos beneficiosos en los soldados con dolor.
La musicoterapia es un proceso sistemático que supone “empatía, intimidad, comunicación, influencia recíproca (entre terapeuta y paciente) y relación como rol terapéutico”. Para BRUSCIA (1987) (como se citó en Poch, 2001) “la musicoterapia es un proceso dirigido a un fin, en el que el terapeuta ayuda al cliente a acrecentar, mantener o restaurar un estado de bienestar utilizando experiencias musicales y las relaciones que se desarrollan a través de ellas, como fuerzas dinámicas de cambio”.
Si la musicoterapia, siguiendo esta definición, es un proceso, entonces constará de diferentes etapas, que en este caso son las siguientes: información sobre los trastornos a tratar, trazado de objetivos, tratamiento, evaluación, seguimiento y finalización del tratamiento. Existen diversos reportes que vinculan la música como herramienta terapéutica en múltiples patologías del sistema nervioso central (SNC). Por ejemplo, la música reduce parcialmente el déficit cognoscitivo en ancianos con demencia, incrementa la coordinación motora en pacientes con enfermedad de Parkinson, y tiene efectos benéficos en personas con trastornos depresivos y ansiosos. Estos hallazgos sugieren que la música genera efectos directos sobre las neuronas del SNC.
El procesamiento musical, en términos cognoscitivos y neurobiológicos, es un tema complejo, relativamente nuevo, ligado con el avance de las neurociencias y el desarrollo de tecnologías que nos permiten comprender día a día con mayor claridad la funcionalidad cerebral. Aún más opacos se encuentran nuestros conocimientos acerca de los mecanismos que explican el efecto relajante mediado por la música. Sin embargo, la evidencia actual nos permite comprender que la música genera cambios genéticos, bioquímicos, estructurales y funcionales a escala cerebral, que se transmiten al resto del cuerpo al modificar variables fisiológicas como la frecuencia cardiaca, respiratoria, presión arterial, etc. Estos cambios biológicos incluyen cambios afectivos, desencadenados por ciertas melodías o ritmos que, de manera idiosincrática, asociamos con experiencias vitales placenteras, al activar diversas regiones cerebrales que terminan confluyendo en la plácida y relajante experiencia musical.
Son diferentes los efectos que la musicoterapia ha realizado en la recuperación o rehabilitación de las enfermedades o trastornos mentales y/o orgánicos de las personas. Por ejemplo, en la rehabilitación del ictus, se ha usado la música como parte de la rehabilitación y de la terapia de leguaje, para lograr de esta forma recuperar la función motora y el lenguaje respectivamente. También la musicoterapia ha generado efectos positivos en personas que han sufrido accidentes vasculares encefálicos.
La experiencia más importante en relación a esto es la de Sarkamo y cols, quienes comunicaron una serie de pacientes con accidente vascular reciente expuestos ya sea a música, audiobooks, o rehabilitación corriente, por 2 meses, y demostraron mejorías cognitivas y funcionales incluso 6 meses posteriores al término de la intervención. También se cuenta con antecedentes en relación a los efectos que tiene la musicoterapia en dolor y ansiedad en enfermedades somáticas y cáncer, ya que la música tiene un efecto bien documentado en aliviar ansiedad, depresión y el dolor en enfermedades somáticas.
Las respuestas que gatilla la música en estructuras que dan input dopaminérgico como el área tegmental ventral y el núcleo acumbens (parte del sistema límbico) sugieren que la música reduce el dolor al aliviar la ansiedad y distraer la atención de estímulos aversivos, ayudando a sobrellevar así el estrés emocional.
El efecto en cáncer es promisorio: una revisión Cochrane que evaluó parámetros psicológicos y físicos en personas con cáncer, sugiere que la música puede tener efectos positivos en la ansiedad, ánimo, dolor y calidad de vida en pacientes afectados de cáncer. Además, concluye que la música puede tener un buen efecto en moderar la frecuencia cardíaca, respiratoria y la presión arterial.
Para finalizar, es importante mencionar que en Chile, en el año 1977, M. E. Greber organizó el Primer Seminario Chileno de Musicoterapia, al amparo de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile y con el patrocinio de la Escuela de Graduados de la Facultad de Medicina Norte. En este seminario se desarrolló un seminario bibliográfico y un simposium de trabajos chilenos que a través de mesas de trabajo abordaron la relación y aporte de la musicoterapia en el quehacer de diversas disciplinas como kinesiterapia, fonoaudiología, fisiología, terapia ocupacional, psiquiatría, entre otras. Desde entonces se han realizado eventos, cursos experienciales y teóricos que han puesto en evidencia el creciente interés de profesionales y graduados en música, educación y ciencias de la salud por una especialización sistemática y una formación continua en esta área.
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