A lo largo de las décadas se ha mencionado bastante el concepto de intelecto, nivel intelectual, coeficiente intelectual e inteligencia, sin embargo, el concepto de inteligencia emocional es más reciente y su mayor conocimiento emerge de las últimas décadas. La Inteligencia Emocional (IE) se refiere a la capacidad de reconocer nuestras propias emociones y las de los demás, manejar esas emociones y ser capaces de lidiar con ellas de una forma sana. Sin embargo, aunque muchas personas han escuchado este concepto, son pocas las personas que son capaces de reconocer sus propias emociones y las emociones del resto. Es por ello que resulta relevante dar a conocer este tema, como también brindar la información respectiva sobre cómo identificarla y en caso de ser necesario, desarrollarla en nosotros mismos, lo cual permite que podamos tener un desarrollo sano y una salud mental estable.

Inteligencia Emocional Psicólogos

El concepto de inteligencia ha evolucionado a lo largo de la historia, dado que, en un comienzo de las investigaciones, autores como Galton señalaban que los individuos tenían cierta capacidad intelectual. Uno de los grandes aportes al concepto de inteligencia, sin embargo, fue realizado por Gardner, autor de la teoría de las inteligencias múltiples. Pero fue a principios de la década pasada que Salovery y Mayer acuñaron para la inteligencia intrapersonal según la metodología de Gardner, la denominación de Inteligencia Emocional.

Sin embargo, pese al mérito de estos autores, se considera que Goleman fue el primero en conceptualizar el concepto de IE, considerándola un factor esencial en el éxito de las relaciones interpersonales y en el rendimiento laboral. Este autor destaca que los cinco factores que determinan el desarrollo de la inteligencia emocional son: la conciencia emocional, el autocontrol, la motivación, la empatía y la habilidad social. A través de todas las distintas definiciones de la IE, se observan dos enfoques: la referida a la capacidad cognitiva vinculada al ámbito de la inteligencia y la referida a la personalidad como conjunto integrado de tendencias de comportamiento.

En un estudio publicado por José Ángel García sobre la inteligencia emocional y su importancia en el proceso de aprendizaje, el autor indica que la educación tiende a privilegiar los aspectos cognitivos por encima de los emocionales. Para el autor, existe una necesidad latente de desarrollar un modelo más integral y holístico, que busque integrar la educación emocional y la educación académica como parte de un todo, considerando que los procesos de aprendizaje son altamente complejos.

Esto se justifica, en parte, debido al aumento del desarrollo de las tecnologías de la información y de la cultura individualista, lo cual ha aumentado patologías como la depresión, la ansiedad, la violencia, entre otros. El modelo educativo propuesto por José Ángel García busca considerar la educación como algo integral, en donde los individuos puedan articular mente y cuerpo para captar el mundo externo e interpretar el mundo interno. Es así que, en gran medida, los docentes tienen un papel de promover las habilidades cognitivas y las capacidades emocionales que permitan un aprendizaje autónomo y permanente, que pueda ser utilizado en diversas situaciones de la vida y no tan sólo en el ámbito escolar.

En un ensayo de Rocío Fragoso-Luzuriaga sobre la importancia del desarrollo de la inteligencia emocional en la formación de personas investigadoras, se indica que tanto las concepciones de los enfoques funcionalista y cognitivo son necesarias en la preparación de personas investigadoras. Esto se debe a que el espacio de investigación es un proceso de socialización académica en donde está inserto todo el espectro emocional, el cual permite crear vínculos con compañeros, asesores y participantes, lo cual afecta directamente la calidad del trabajo científico. En síntesis, el ensayo culmina realizando una figura en la que se aprecian las fases en que la investigación y la emoción se encuentran unidas; el modelo propuesto por Mayer y Salovey (1997) sobre las emociones propone que las habilidades de la persona investigadora debiesen ser: expresión emocional, facilitación emocional, comprensión emocional y regulación emocional. En la parte inferior de la figura, el modelo de Goleman (2000) alude a las competencias de la persona investigadora, las cuales son: conocimiento personal, autorregulación, competencia social y regulación de las relaciones interpersonales. Ambos modelos aportan habilidades que ayudan a formar al personal investigador.

Centro Psicólogos Ltda – Santiago de Chile